La señora Sabillon siempre estuvo dotada de una belleza de esas que dejaban atónitos y medio temblando a cualquier caballero que se acercara a ella, incluso en algunas ocasiones también le había ocurrido a alguna señorita, aunque mayormente lo que suscitaba en su mismo sexo era una extraña animadversión. Apunto de cumplir sesenta y un años, y hasta cuatro meses antes, cuando le diagnosticaron la enfermedad, seguía manteniéndola en su máximo apogeo, dando la sensación que cuanto más tiempo pasara más bella era, como si hubiese hecho un pacto con el mismísimo diablo; sin embargo cuando los años al fin cayeron, cayeron todos de golpe... No existe en toda la mansión un espejo, cristal u objeto que refleje su imagen desde entonces.
-Señora Sabillon-pronuncié desde el otro lado de la puerta para informarle que me disponía a entrar en la estancia- ¿Esta despierta?
-Pase Audrey- susurró dejando en las palabras toda la fuerza que le había costado reunir durante bastante tiempo.
Entré en aquella inmensa estancia color crema y muebles blanco hueso. Solamente esa habitación podía albergar en ella toda una casa parisina normal. Enfrente, la señora, estirada en la cama matrimonial, trataba de mirarme entre sus ojos entrecerrados que conjugaban con una tez blanca casi transparente, y con una media melena rizada y canosa, enmarañada en un moño mal hecho, dándole todo ello un aspecto escalofriante y fantasmal
-¿Como ha dormido hoy, Señora Sabillon?- pregunté mientras abría el ventanal para que el aire ventilara la habitación
-Como siempre, ya sabe querida cuan miedosa soy con todo el asunto.-pronunció con un deje desesperado mientras le guiñaba un ojo de complicidad.- Por cierto, ¿Que es lo que tiene en las manos?-pronunció velozmente
-Le he traído una sorpresa- sonreí maliciosa.
-¿Ya?- esbozó un intento de sonrisa- Me sorprende que lo haya conseguido tan rápido.
-Aquí tiene-dije dejándole el tomo en sus huesudas manos- Hasta dentro de tres semanas no sale a la venta
-Señora Sabillon-pronuncié desde el otro lado de la puerta para informarle que me disponía a entrar en la estancia- ¿Esta despierta?
-Pase Audrey- susurró dejando en las palabras toda la fuerza que le había costado reunir durante bastante tiempo.
Entré en aquella inmensa estancia color crema y muebles blanco hueso. Solamente esa habitación podía albergar en ella toda una casa parisina normal. Enfrente, la señora, estirada en la cama matrimonial, trataba de mirarme entre sus ojos entrecerrados que conjugaban con una tez blanca casi transparente, y con una media melena rizada y canosa, enmarañada en un moño mal hecho, dándole todo ello un aspecto escalofriante y fantasmal
-¿Como ha dormido hoy, Señora Sabillon?- pregunté mientras abría el ventanal para que el aire ventilara la habitación
-Como siempre, ya sabe querida cuan miedosa soy con todo el asunto.-pronunció con un deje desesperado mientras le guiñaba un ojo de complicidad.- Por cierto, ¿Que es lo que tiene en las manos?-pronunció velozmente
-Le he traído una sorpresa- sonreí maliciosa.
-¿Ya?- esbozó un intento de sonrisa- Me sorprende que lo haya conseguido tan rápido.
-Aquí tiene-dije dejándole el tomo en sus huesudas manos- Hasta dentro de tres semanas no sale a la venta
[Le lac de lucioles sans lumière]
[El lago de las luciérnagas sin luz]
[Madame Claubert]
Entonces, aunque quizás solo fuera una ilusión, una estrella volvió a brillar en lo más profundo de sus ojos, aunque solo fuera momentáneamente
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Así comienza Madame Claubert, mi nueva historia
¿Crees que podrás resistirte?
¿Crees que podrás resistirte?