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27 de junio de 2010

Efectos Colaterales V (Final)

Si quieres leer el anterior capítulo pulsa Aqui



Nota del Autor.- [Perfectamente esta historia pudo acabar ayer, en el Efectos Colaterales IV, pues ya podíamos considerarla como un final digno a mi parecer, pero realmente la historia no acaba así, la historia tiene un capítulo más, este capítulo que espero que disfrutéis.

No quiero dejar de agradecer a todos los que habéis seguido día a día esta historia sombría, cruda, en blanco y negro… Espero que os haya gustado. Por todos vosotros va esto. Efectos colaterales V.]


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Y en mis brazos…

Intentaba proteger como fuera ese cuerpo frío, inerte, muerto…

Notaba el sobreesfuerzo de mi corazón por latir por los dos. La sangre borboteaba descontrolada y pintaba de realidad esa danza agónica de sombras que proyectaba la farola de luz intensa contra la pared.

Solo quería cerrar los ojos, e ir donde estuviera él, y abrazarlo hasta que el tiempo decidiera convertirse en eterno, y susurrarle al oído. “Lo siento Steve. Lo siento, de verás. Me perdí”.

…………

………

……

.

-Hola Steve, ¿Qué tal todo? Hace mucho tiempo que no te vengo a ver, entenderás las circunstancias de mi ausencia durante todo este tiempo. Los primeros días en la cárcel fueron un poco agobiantes, incluso claustrofóbicos diría yo, pero luego al final conseguí hacerme con el lugar, era el sitio donde me merecía estar, por lo que no podía permitirme ni un mínimo pensamiento de queja. Nunca comenté cual fue mi delito, me dolía demasiado explicarle al mundo lo que le hice al amor de mi vida, aunque mis silencios y evasivas dieron cabida a muchas hipótesis. Durante mi estancia en aquella penitenciaria no cesaron las palizas, las aberraciones, o las violaciones. No los culpo, son delincuentes al igual que yo, y es cuestión de naturaleza.

Tu libro “Allí donde dejé mi amor” se ha convertido en un éxito sin precedentes en cada uno de los países que ha pisado, consiguiendo la admiración de público y crítica. Te has convertido en un genio con tu primera y única novela, y toda esa negrura de haberte arrancado los sueños no podré quitármela nunca del alma. Ese alarido, esa tortura, esa voz…

Tu madre me vino a ver hace un par de meses, la encontré cambiada, mucho más guapa. No tardamos mucho en ponernos a recordar y a llorar.

Después de la muerte de tu padre se volvió a casar y ha tenido una niña, Stella, me enseñó una foto y ¡se parece tanto a ti! Se le ve muy feliz. Al final recibió la recompensa a una vida sufrida, trabada y trabajada.

Sean acaba de matricularse en la universidad de Columbia, va a estudiar Medicina. Se casó el año pasado y está esperando su primer hijo, Steve. Pero supongo que tú todo esto lo sabes mejor que yo.

Como ves no debes preocuparte por nada, todo va bien. ¿Y yo? Yo estoy bien, todo empieza a ir bien…

-Señor, el horario de visitas se ha acabado. Debe dejar al paciente descansar.

-Un segundo por favor.

Y allí estaba, postrado en la cama, con parálisis en el ochenta y nueve por cierto de su cuerpo, y con esos ojos transparentes, mirada con mirada. Él supo mi verdad, nunca le pude engañar.

-Te quiero Steve- y le di el beso que ambos ansiábamos desde hacía tantos años. Y creí desfallecer entre sus brazos por siempre.

Dejé la habitación de espaldas, sin perderlo de vista, volviendo a latir, y a sentir, volviendo a vivir…

-Sinceramente Samuel, es cierto que has cometido el peor error de tu vida y ya estás pagando un alto precio por él. No creo que una persona como tú merezca la pena de muerte.

-Muchas gracias Ethan, por todo, por dejarme venir a despedirme, por tus palabras, por todo este tiempo… pero yo creo que si merezco morir mañana.

Y recordé sonreír como casi nunca había sonreído, como hacía tiempo que no hacía, como aquellas veces, con él. Y me sentí feliz, vivo, brillante, explosivo… Porque lo había vuelto a ver, porque ese beso estaba chispeando entre mis arterias, porque en sus ojos había un nuevo sueño, nunca dejó de hacerlo: Recuperar el veintidós por cierto de movilidad. Porque lo amé con toda mi alma cada segundo de mi vida…Porque el y yo éramos… Porque conseguimos encontrarnos…

…Mirada con mirada…



[Quince años después de la muerte del gran amor de su vida, Steve Mcklein, a la edad de setenta y cuatro años, y después de conseguir un dieciocho por ciento de movilidad comenzó a escribir su segundo libro, para publicarlo seis años después. El libro, títulado "Aquí donde está mi amor", fué el libro más esperado de todos los tiempos y de nuevo batió todos los records superando a su antecesor. Steve McKlein murió a los noventa y cuatro años a causa de un paro cardiaco]


Autor del Texto: Daniel Calderón Martín
Imagenes: Google y Getty images

26 de junio de 2010

Efectos Colaterales IV

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Y lloré. Sentí como me desangraba en sudor frío y tenía miedo. Me dolían demasiado todos aquellos agarrones que me desgarraban lo que yo creía ser. Tenía miedo que por jugar me hubiese perdido.

Miré el arma acomodada en mi mano, ya tan habituada a ella, tan estilizada, tan bella, tan mortal… La alcé rápidamente y apunté; quité el seguro y ¡Bang! Comencé a disparar balas fingidas a ese extraño ser que el espejo se había empeñado en reflejarme. Una y otra vez, y otra, y otra más, pero no conseguí apear a ese monstruo de mi cuerpo. Tenía miedo de mí mismo, tenía miedo de ese reflejo, pero tuve que habituarme.

Me sentí mareado y me abandoné en los jirones de un viejo tresillo, aún así sentí hundirme y clavar las rodillas contra el suelo. Agarré, no sin esfuerzos, una botella de whiskey barato ya empezada, deseando que con el contenido irrisorio que quedaba fuera suficiente como para dejar de existir unas horas en esta realidad.

Desperté entumecido. Se me quejaban las magulladuras y los golpes, ya convertidos en moratones. Veía mi mundo dar vueltas entre una extraña y espesa nube de humo. Intenté levantarme y beber algo de agua, pero un dolor punzante, como si me hubiesen golpeado con una barra de acero, me atravesó el cráneo y caí doblado de dolor. Varias veces me sentí al borde de la inconsciencia.

Intenté dormir algo más, sin éxito, pero al menos pude contentarme con permanecer en un ligero estado de duermevela.

A medida que el tiempo corría, la nube se disolvía, las heridas se quejaban menos, las cosas estaban más estáticas y los golpes con la barra de acero dolían menos.

Me desnudé por el camino al baño, dejando por el pasillo la ropa manchada de sangre, sudada, rota…y me metí en la ducha

Solo duré dos minutos, solo ciento veinte segundos y ya estaba derrumbado entre las enormes murallas de la bañera, sentado y dejando que aquella lluvia inventada de múltiples gotas de agua se entremezclaran con las que yo lloraba. No sé cuanto estuve, ni siquiera recuerdo lo que allí pasó, solo recuerdo la sensación de encontrarme solo, enajenado, vacío, muerto…

Cuando conseguí volver en mí me sorprendió una oscuridad tan cerrada, y caí en la cuenta que había olvidado mirar el reloj

Me levanté y salí de la bañera corriendo, desnudo, con las palmas de las manos y la de los pies arrugadas, pintando huella uniformes de mis pasos sobre el suelo.

Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac. Las doce y veintinueve de la noche.

Me quedé inmóvil, sin pensar en nada, sin latir en nada. Toda una existencia fija en un maldito y simple segundero que iba contra mí. Solo algo, no se el qué, me pegó una patada a la altura del pecho e hizo que volviera a latir, a crear sístoles y diástoles, que volviera a respirar y que el oxígeno llegara a la sangre que iría a mi cerebro a darle fuerzas para pensar.

Me puse algo encima, lo primero que pillé y corrí, no se donde pero corrí…

El barrio extrañamente estaba rodeado de silencios. No habían coches, ni ventanas encendidas, ni siquiera había luna. Todo era oscuridad, una terrible, fría y oscura oscuridad. Y allí en medio estaba yo, absorbido por la misma, solo siendo latidos, solo siendo respiración.

Llegué a la avenida Brady y a medida que avanzaba paso a paso, notaba el aire más corrompido, el silencio dominante más aterrador, la tensión más fiera, tanto que ya hacía daño.

Un grito aullado reventó la calma y esclavizó los silencios ya desterrados. Los gatos callejeros huían y se subían a los tejados. Las ratas escapaban por alguna rendija que daba a parar a alguna cloaca.

Tal vez aquella farola fuera de las pocas que brillaban con tanta intensidad, o esa era la sensación que tenía yo, porque aquella farola casualmente brillaba en aquella esquina y se empeñaba en mostrar una danza agresiva de sombras en la pared.

Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac. Las doce y treinta y seis.

-Hijo de puta- gritaba en clave de voz ronca un hombre- Ahora sin tenerme rozando el cuello con tu navaja ya no eres tan fiero ¿eh?

Me detuve en la esquina intentando descender las pulsaciones a la normalidad, intentado escuchar lo que ocurría en la boca de aquel callejón, intentando dejar de intentar.

-Lo siento- gritaba otro hombre que rápidamente reconocí. Era Michael.-Me he equivocado de persona.

Me asomé sigilosamente para espiar y descubrir a un hombre de color, trajeado, golpeando con la misma brutalidad, o quizás más, con la que él me golpeo a mí. Me fijé en el porte de aquel hombre, de espaldas a mí, y deduje que no, Michael no se había equivocado, ese hombre era la persona con la que yo me tenía que reunir, pero ¿Para qué? ¿Quién era?

Michael me descubrió y me miró directamente a los ojos, clavándome, pidiéndome que le salvara la vida al igual que él ya había hecho conmigo. Ciertamente yo hacía ya unas horas que debería estar muerto

Volví a esconderme, a apoyar la espalda contra la pared, a pensar; a descubrir en mi mano la pistola, tan acomodada ya en mi mano, tan estilizada, tan bella, tan mortal…que inconscientemente la había cogido, y que inconscientemente la había mostrado mientras corría por al calle. Seguro que alguien me había visto, pero también era seguro que no era la primera vez que la gente de allí veía una como aquella.

Escuché más golpes, más dolores, más quejas, más insultos, más auxilios en silencio traspasando la pared y llegando a mí…

Solo cerré los ojos y no pensé, no pensé en nada más, solo pensé en mí, en que quizás hacerlo me iba a salvar. No pensé.

Solo me volví, veía a aquel hombre incluso con los ojos cerrados. Solo apreté el gatillo. Solo disparé. Uno, dos, tres. Tres sacudidas, tres sonidos estridentes, luego…luego todo fue silencio.

-Corre imbécil, corre-gritó Michael al pasar por mi lado.

Y volví a abrir lo ojos, y vislumbré a aquel hombre sangrado, retorciéndose de dolor, creando en su rostro extrañas muecas… Solo lo vi, mirada con mirada, y entonces me sentí más especial que nunca, solo durante un segundo y eché a correr…

Solo corrí medio minuto y me corté el alma en dos, mirada con mirada, lo descubrí y volví hacía atrás con las mano invisiblemente ensangrentada, con el dolor de cada paso, de cada respiro…

Aún seguía siendo él, esa nobleza, esa bondad, ese carisma, esa personalidad arrolladora. Todavía lo vi, aún teñido de escarlata y de dolor a él, a mi amigo, a Steve.

Y en mis brazos...

Y lloré… de todo, de rabia, de alegría, de hundimiento.. Lloré.

Tengo miedo a respirar y que hacerlo valga la pena. Tengo miedo a que todo lo hecho salga impune. Tengo miedo a que el sentimiento de culpa logre escapar. Tengo miedo de que esté dolor me mantenga con vida estando él…

él…

él…

en mis brazos...

Mi Steve.



Texto: Daniel Calderón Martín

Imégenes: Google



24 de junio de 2010

Efectos Colaterales III

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Tic-Tac. Tic-Tac. Tic-Tac

Observaba sentado en medio de la oscuridad las imaginarias agujas de un viejo reloj de cuco, una encima de otra, corriendo por encontrarse, corriendo por separarse. A veces pienso que el tiempo pasa demasiado deprisa, otras sin embargo con demasiada dilación.

Había pensado en todas las variantes posibles: huir lo más veloz y lo más lejos posible, ocultarme y vivir con un eterno miedo a que me encontraran, incluso suicidarme…pero ninguna de ellas solucionaba el problema, las cuarenta y ocho horas estaban apunto de extinguirse y yo solo quería que el tiempo, para bien o para mal, acabara ya.

Sentía el lento chorrear del sudor por mi cuerpo, las sacudidas eléctricas por mi espina dorsal, los vuelcos y revuelcos en mi estómago, la lenta asfixia en mis pulmones, el lento y descompasado latido de mi corazón..Pero que digo sentía, las personas muertas hace tiempo que dejan de sentir. Solo escuchaba cientos de pasos a mí alrededor de todas esas personas que venían a por mí, solo veía como la psicosis me arañaba y me enloquecía, y como el aliento de la muerte no dejaba de empañar las ansias de lucha de mi vida.

Clic, salió el cuco y con él una losa que cayó sobre mi espalda y me enterró en alguna dimensión extraña donde notaba el ardor del infierno en las plantas de mi pies. Respiré el primer segundo después de las cuarenta y ocho horas como si acabara de nacer, como si todo se hubiese esfumado… Y un maldito timbrazo en mi mejor momento desde hacía tiempo me despojo de ese segundo mágico y me devolvió de una patada a la realidad.Abrí la puerta, quizás fuera esa, enfrentarme al problema, la mejor opción

-Venga Sam, sorpréndeme y dime que tienes mi pasta

-Me encantaría Michael, pero no, no la tengo

Michael me cogió del cuello, me volteó y me lanzó contra la mesita de la sala de estar, haciéndose esta pequeñas astillas entre mi espalda.

-Tú eres gilipollas, o no te enteras. ¡Joder!- comenzó a patearme allá donde mi ser se interpusiera en la trayectora de su pierna- quién me manda a mí hacer negocios con un niñato del tres al cuarto. ¡Pedazo de hijo de puta! ¿No te has enterado todavía que esto es una maldita pirámide, y que yo, al igual que tú, tengo alguien por encima que me reclama el dinero?- Pero tranquilo yo se como solucionar esto-sonrió sarcásticamente

Ya estaba allí, había llegado ese momento en que todas las imágenes de tu vida se pasan por tu cabeza fotograma a fotograma, todo era luz… todo era mi familia y Steve ¿Steve? ¿Qué sería de él?
¡Ay dios! Como lo echaba de menos.

Me dolía extrañamente el cuerpo, era un dolor superficial, nada comparado con lo que me dolía el alma o el corazón….

-Venga, levanta- gritó encolerizado Michael-¿Quieres ser un hombre? Pues hablemos como hombres-

En un movimiento rápido me introdujo en la boca una Beretta 92 Fs. El sabor metalizado invadía mi lengua a marchas forzadas. Sentía helar en mi paladar

-Mañana 12:30 de la noche. Esquina Wallace con Brady. Si las cosas se complican úsala. Si me tengo que encargar yo, tendré preparado un tiro para tu entrecejo. Te estaré vigilando.

Solo quiero coger esta pistola que hace convulsionar mi cuerpo y apoyarla tímidamente en la sien, y que un disparo limpio y certero arranque de mi cabeza los sesos y los estampe contra la pared. Solo quiero dejar de morir como estoy ahora muerto. Solo quiero dejar de sentir lo que ahora siento. Pero que digo sentir, ¿desde cuando los muertos sienten? ¿Y si no siento que es esto que me revienta por dentro?


Texto: Daniel Calderón Martín
Imágenes: Google


22 de junio de 2010

Efectos Colaterales II





No te pierdas el comienzo de EFECTOS COLATERALES


Ya sé que no sirve para excusarme, tampoco pretendo hacerlo, pero desde que él se fue, y aunque viviera en una de las metrópolis más grandes del mundo, me sentí completamente solo.

Siempre supe que me costaría horrores su partida, seguir adelante cuando Steve se fuera a la universidad se antojaba complicado, pero incluso en aquella certeza pequé de positivo.

No tardé en adentrarme y perderme en aquellas calles-cloacas buscando quién sabe qué, creo que sucedió algún segundo después de perder de vista aquel autobús, olvidándome en aquel amasijo destartalado de hierro oxidado todo lo que era, mis manos, mis ojos, mi tabique de sujeción, mi mapa de direcciones, y lo que era peor mi aliento.

Y así, faltando todo ello, todo comenzaba a caer por su propio peso, claro que yo por entonces no me daba cuenta y estaba empeñado en volar sin alas por un cielo vacío.

Abandonado en las calles, como un simple y pulgoso can callejero, estás me dieron todo lo que tenían, y curiosamente todo lo que yo necesitaba: libertad, emociones fuertes, riesgos, sueños, oportunidades para ser alguien…

Y entonces pensé en lo orgulloso que se sentiría Steve cuando volviera, aunque interiormente una puta voz me decía constantemente que no regresaría: “¿Acaso se le había perdido algo aquí?”.

De todas maneras, volviera o no, quería ser grande, jugar y arriesgarme, aunque supiera que en los juegos peligrosos siempre es el mismo el que pierde, pero por no tener esa sensación de soledad quise tener un nombre, un respeto, una posición…aunque tuviera que anteponer quimeras en mis vista.

Pasé de un día al otro, de fumar algún tirito para demostrar, por insignificancia, a meterme por la nariz todo tipo de rayas, algunas paralelas, algunas verticales, incluso algunas cruzadas.

Antes de darme cuenta el barrio había conseguido de mí lo que siempre había querido, de lo que nosotros habíamos escapado, absorberte y hacerte parte de su esencia vil, podrida, repugnante…

Y a partir de entonces pasé de tener remotas posibilidades para elegir mi vida a simplemente defenderme, y sobrevivir, del constante aluvión de sacudidas.

Resulta irónico como estando abajo, destruido, arrastrando la lengua y mordiendo el polvo, uno se empeña en que todas sus decisiones, a la desesperada, le arrastren hasta cavar tres metros bajo tierra. Supongo que será cuestión de perspectiva

Y este mundo que me resultaba repulsivo se convirtió en mi hábitat natural. Respiraba porque me excitaba lo prohibido, lo lascivo, el poder que iba obteniendo… Me encantaba seguir jugando cada vez más arriesgado tan solo por sentir esos relámpagos en mi cuello que sodomizaban mi piel. Era mi forma de vivir, y para vivir como yo creía debía hacerlo por encima de mis posibilidades. Y ante ello ya no hay escapatoria, porque de tanto sobrepasarte la línea se hace corta y tú empiezas a necesitar llegar todavía más lejos. Yo aún veía la posibilidad de tensar la cuerda algo más, era pura adicción montar esas funciones en formas de fiestas donde los actores intercambiábamos gramos de cocaína por compañía. Todos sabíamos porque estábamos allí, era cuestión de diferentes vicios.

Y no hay nada peor para una persona como yo que tener vicios, porque eran muy caros, y entonces cuando se rompe la cuerda el peso de la gravedad se vuelve más implacable, y todo comienza a pesar demasiado, y a los tipos de negocios turbios no les importa pisarte un poco el cuello, para que veas como a falta de aire tu alma comienza a engordar algún que otro gramo, por no haber cumplido con el tiempo acordado para saldar cuentas.

.Michael, todavía no tengo lo tuyo

-Sam, no me toques los cojones que bastante sobados los tengo ya, y dame de una puta vez la pasta, porque si no el tío Michael va a tener que ponerse a malas y actuar y no quiero, porque de verdad me caes bien.

-Solo necesito un poco más de tiempo.

-¿Tiempo? ¿No te he dado ya suficiente tiempo?

-Si, pero solo te pido una prórroga más, por favor

-De acuerdo, tienes cuarenta y ocho horas, ni una más y Samuel esta vez va muy en serio, como no tenga mi pasta date por hombre muerto.

Y al pensar que tenía solo cuarenta y ocho horas para devolverle doscientos de los grandes, comencé a darme por muerto, pero también comencé a caer a velocidad vertiginosa a medida que los espejos quiméricos se iban destruyendo en mil pedazos y yo iba descubriendo las verdades que yo mismo me había negado. Y caí… y no sé donde, pero caí, y ya no sé lo que era pero caí… y aún así lo que me quedaba de vida estaría luchando contra las constantes sacudidas del destino.

"Caprichosas son las consecuencias, pero más terribles son los efectos colaterales."


Autor: Daniel Calderón Martín
Imágenes: Google

21 de junio de 2010

Efectos Colaterales I

“Quién olvida que los actos contraatacan con consecuencias nunca recordará todo el reguero de efectos colaterales que dejó a su espalda”

Mi padre siempre me decía que en el mundo hay dos clases de personas: las que tienen opción a elegir su vida y las que deben afrontar las constantes sacudidas que vienen tán solo por supervivencia. Las grandes personas son aquellas que logran sobresalir de los patrones marcados

Es lo único que me queda de él, esas palabras que me dijo el último día que lo vi, poco después lo meterían en una cárcel estatal.

Nosotros tres (Mamá, mi hermano mayor Sean y yo) al irse papá continuaríamos en ese segundo grupo, pero ahora habíamos descendido en un par de subgrupos por lo que Sean tuvo que ponerse a trabajar y empezó a meterse en líos para traer dinero en casa. Éramos humildes, de ese tipo de humildad que cohabita con la marginalidad.

Es cierto que podía decir que mi ciudad era la capital de la primera potencia mundial, pero supongo que también debo decir que esa misma ciudad se avergonzaba de nosotros, de esa parte excluida y vomitiva, de esa parte criminal. Y es que igual que en todo ser o cosa siempre había algo en su naturaleza o en su dimensión, que desearía extirparse, esa ciudad deseaba hacernos desaparecer a nosotros.

Dentro de mi familia, incluso en las demás familias de mi barrio, nadie había conseguido llegar a la universidad, es más, creo que graduarse en el instituto ya era una hazaña tan espectacular que se hacían fiestas donde corría el pollo (que era lo más barato) en grandes cantidades y donde se bebía hasta que ya se les había olvidado como se hacían eses.

Por ello supongo que debí revolucionar ese barrio de bandas callejeros, de drogadicción, y de prostitutas, al ver que un chaval desde bien pequeño se había dejado el miedo en casa, los tapujos y las caretas… y quería ser él el que decidiera quién ser y hasta donde quería llegar, sin importarle lo que pensaran los demás.

Aguantando mi inocencia, mi sonrisa y esos libros debajo del brazo caminaba por esa gran ciudad que me abominaba y sentía pena hacía mí en partes iguales.

No intenté nunca tener amigos, ni siquiera esos falsos que me acompañaran y lucharan conmigo contra mis ratos de aburrimiento. Pienso que la amistad como sentimiento surge así de repente, de improvisto, es tan solo química.

Y caprichosa esta también, como el amor, la amistad surgió con un personaje completamente diferente a mí, conformista, abrumado, oscuro…. Y ahora en esta situación en la que me encuentro y que vosotros todavía desconocéis, pienso como es de curioso que los personajes cambien de roles principales a secundarios, y viceversa, en un instante.

Puede ser que él siempre haya sido realista y no se permitiera soñar, era demasiado caro, (Mamá y Sean trabajaban duro por mí) que se conformara con maravillarse y ayudarme a luchar por mis sueños.

Era lo que necesitaba, egoístamente hablando, ese apoyo, esa fuerza que me empujaba en los instantes de debilidad. Era mi plus como yo lo era para el suyo, éramos más grandes juntos.

Necesitaba como el aire esa amistad tan cercana, tan profunda, tan intensa que se envolvía entre lazos de sangre.


Texto: Daniel Calderón Martín

Imágenes: Google